RESCATES EN EL MEDITERRÁNEO
Capítulo II: Rumbo a Libia

RESCATES EN EL MEDITERRÁNEO: Rumbo a Libia

—Me acuerdo de un hombre al que rescatamos que no tenía piernas. Yo estaba de marinero, le decía que saltara a la lancha y no sabía por qué no lo hacía. Al final lo ayudé y entonces fue cuando me di cuenta de que no tenía piernas. Luego, ya en el barco, nos dio una lección. Sonreía de oreja a oreja y ayudaba en todo lo que podía. Joder, un hombre de 60 años, sin piernas, subido a una patera, y luego nos quejamos en casa desde el sofá.

Gaby Gómez, joven marinero, es uno de los veteranos del Dignity. Natural de Santander, ha trabajado de socorrista y de cara al público. Se embarcó en la primera operación del Dignity y desde entonces solo se ha bajado para descansar. Esta misión lo ha cambiado. Sentado en la cubierta superior con la mirada puesta en el mar, recuerda las últimas operaciones, las caras de los rescatados. Como él, en estas horas en las que el Dignity navega hacia Libia, toda la tripulación y el personal humanitario proyectan su imaginación hacia el rescate, hacia el pasado y el futuro.

Los marineros observan la patera vacía tras un rescate cerca de la costa libia (© Anna Surinyach).

Pasado: la vez que tuvieron que subir a 1.000 personas a un barco con capacidad para menos de 500, la vez que acudieron a un naufragio y no pudieron salvar a todos, la vez que una lancha libia disparó contra la barcaza y mató a uno de los ocupantes, la vez que murió un menor somalí a bordo, y todas las veces que llegaron a puerto con todo el mundo a salvo, miles y miles de personas.

Antes de proceder al rescate, todo el mundo tiene que llevar puesto el chaleco salvavidas (© Anna Surinyach).

Futuro: qué patera se van a encontrar. Si es un bote inflable, habrá un centenar de personas abarrotándolo. Si es una embarcación de madera con bodega, puede haber hasta 500 amontonadas, unas debajo de las otras. Con quemaduras por el gasoil del motor, asfixiadas. “Una ratonera”, dice el contramaestre Alfonso, que tiene la responsabilidad de pilotar la lancha de rescate una vez se localice la embarcación. Alfonso da vueltas en cubierta, inmerso en tareas de mantenimiento. Él se ocupa de las lanchas; el equipo médico, de la clínica; y el capitán y los oficiales, de la navegación… Todo el mundo está en su puesto, pero su cabeza está en otro lado, en el rescate que tiene que llegar.

—Lo impresionante del rescate es la capacidad del equipo de olvidarse de lo que es —dice el gaditano José Antonio, el primer oficial de máquinas—. La gente se olvida de que es maquinista o marinero. El cuerpo pasa a un estado de socorro. Todos se transforman y se convierten en rescatadores. Vamos todos a una.

La tensión crece en las horas que preceden a un rescate; es importante la coordinación del grupo (© Anna Surinyach).

Antes de llegar a la zona de rescate, hay una reunión de equipo para repasar las tareas de la tripulación y del personal de MSF. Los que van en las lanchas y rescatan, los que hacen las maniobras, los que se quedan a bordo, los que cuentan el número de rescatados, los que apuntan, los que curan. Al caer el sol, se tiran las lanchas al mar para hacer un ensayo, pero las mentes están lejos de allí: están en la costa libia, donde centenares de personas de Nigeria, Gambia, Eritrea, Yemen, Bangladesh o Siria se preparan para embarcarse en uno de los viajes más peligrosos de su vida.

Para toda la tripulación, en el momento del rescate hay un impacto emocional. “Impresiona ver sus caras”. “Tienes que mantener la sangre fría, pero es difícil”. “Los ves llegar, amontonados en la barcaza, y te preguntas cómo es posible que hayan llegado hasta aquí”. “No me imagino cómo tiene que ser el viaje”.

Pero para uno de los trabajadores de MSF, hay algo más. Otro sentimiento. Otra emoción.