EL LIMBO CENTROAFRICANO
Capítulo IX: Campo

EL LIMBO CENTROAFRICANO: Campo

En todas las guerras hay una ciudad que sufre más que otras, o que sufre igual pero siempre lo ve todo, que está en el centro, que es el testigo de la Historia. En RCA, esa ciudad se llama Batangafo y acoge un campo de desplazados con unas 25.000 personas.

En los últimos años, cada rebelión, cada grupo armado que se dirigía a Bangui para tomar la capital, pasaba por Batangafo. Está en la línea imaginaria que separa –de forma muy simplificada– el oeste cristiano y el este musulmán. En Batangafo están los dos principales actores que han protagonizado la última guerra: las milicias de autodefensa cristianas anti-Balaka y la coalición islámica Séléka. No solo eso: en Batangafo hay diferentes facciones de Séléka, que se han enfrentado y han obligado a huir a la población.

En junio de 2014, el enfrentamiento entre los anti-Balaka y Séléka desembocó en un caos que llevó a 20.000 personas, la mayoría cristianas, a refugiarse en el hospital de Médicos Sin Fronteras en Batangafo. Sí: 20.000 personas en un hospital. Después, no se atrevieron a volver a casa y entraron en un campo de desplazados que se habilitó en la ciudad y que estaba parcialmente protegido por cascos azules de la ONU.

Llegaron a ser 30.000 personas, no solo de Batangafo, sino de localidades vecinas. Ahora son unas 25.000. Han pasado meses y meses, algunas han vuelto, pero la mayoría siguen ahí.

Unas 25.000 personas viven en el campo de desplazados de Batangafo (© Anna Surinyach).

Como Patrick Defake, de 45 años. “Nos atacó la facción de Séléka asociada con los peul. Nuestra aldea fue atacada durante horas, hubo tres muertos y tres heridos y quemaron las 80 casas del pueblo”. Dice Patrick que uno de sus hijos resultó herido de bala durante el ataque y fue enviado por MSF a la capital, Bangui, para recibir tratamiento médico. Ahora está mejor. “Nos atacaron por sorpresa —insiste—, no pudimos hacer nada, huimos, corrimos, tardamos cuatro horas en llegar aquí. Ahora aquí hay algo parecido a la seguridad, porque está la ONU, pero las condiciones son deplorables y, en realidad, la gente ni siquiera puede salir del campo, porque hay asesinatos”.

Son muchos los que no se atreven a moverse del campo mientras las milicias no se desarmen. Emmanuel Kossi vive en otra parte de este enorme campo: en la sección católica. Relata cómo él y sus vecinos huyeron de Batangafo ante la llegada de la coalición Séléka.

—Hubo pillaje, torturas y asesinatos. Hubo muchos muertos y heridos. Nuestras casas están destruidas y la seguridad no está garantizada allí, así que de momento nos quedamos aquí. El problema es que la situación es tan deplorable en el campo que hay gente que incluso ha vuelto a la ciudad, a Batangafo —dice Kossi.

Pierre Ngaïguende y Louise Ndjoa conversan con el personal de MSF en el campo de Batangafo (© Anna Surinyach).

Entre los que se refugiaron temporalmente en el hospital de MSF están Pierre Ngaïguende y Louise Ndjoa. El matrimonio, que tiene cinco hijos, vive desplazado desde entonces.

—Estábamos trabajando en el campo y fuimos atacados por Séléka —dice ella—. Nos escondimos en el hospital y luego vinimos aquí. Ahora dependemos de la distribución de alimentos de las organizaciones humanitarias. Pero al menos hay un poco de seguridad. No queremos volver si no hay paz. Además, tendríamos que reconstruir nuestra casa.

Los niños juegan en el campo, el mercado está a rebosar, pero las heridas aún son recientes en Batangafo, y no acaban de cerrarse.

El campo de desplazados de Batangafo se llena de vida en las primeras y las últimas horas del día (© Anna Surinyach).