EL LIMBO CENTROAFRICANO
Capítulo VI: Acogida

EL LIMBO CENTROAFRICANO: Acogida

La mayoría de las personas expulsadas de sus casas por la guerra (refugiados, desplazados) no vive en campamentos. En contra de lo que nos puedan decir los prejuicios o el imaginario colectivo sobre la población refugiada, la mayoría de esas personas vive en casas de otras personas. Desconocidos, a veces. Muchas otras, familiares: cercanos o lejanos. O solo conocidos. Es la primera red de seguridad cuando todo se rompe: parientes y amigos.

Es el caso de Abdulay Brema, un venerable centroafricano de 70 años. Huyó de los ataques de las milicias cristianas hacia el norte. Parte de su familia se refugió en Chad. Él decidió no convertirse en refugiado y se quedó atrás, en la localidad norteña de Kabo, antes de llegar a Chad. Viajaba con su mujer, siete hijos y dos sobrinos.

—Pudimos quedarnos aquí, en casa de un sobrino lejano —dice Abdulay—. Todos los niños duermen en una cabaña, y los adultos en la otra.

El anciano señala las dos chozas de ladrillo y techo de paja propiedad de su sobrino, que a su vez tiene cinco hijos. La presión sobre el hogar es tremenda.

Abdulay huyó de la guerra y fue acogido por un sobrino lejano (© Anna Surinyach).

—Son ellos los que nos dan de comer, a mí y a todos los niños. Para mí es imposible ganarme la vida, porque soy muy mayor.

Sentado en el patio de arena, rodeado por sus hijas, hijos y sobrinos, Abdulay se siente afortunado. Sonríe. Sabe que muchas familias deben malvivir en campos.

—Nunca antes había sido un desplazado. Nunca he estado en un campo. Ya han pasado más de dos años y aquí seguimos. Si llega la paz, volveré a mi hogar, pero de momento no hay garantías. En mi pueblo no quedan musulmanes después de los últimos enfrentamientos. Eso quiere decir que aún no es un lugar seguro.

Tiene algunos familiares en Chad. Otros, a cientos de kilómetros de aquí. O en el mismo pueblo de Kabo, pero en otras casas de acogida. Están dispersos. Perdidos. Desplazados. Él le debe todo a su familia de acogida, que ha visto cómo el hogar se multiplicaba por tres y no le ha importado. Ahora su sobrino lejano, el que lo ha acogido, no está en casa, pero sí su mujer, Alime Jibrim, que sonríe mientras Abdulay sigue hablando y agradeciendo la bondad de sus anfitriones.

Alime Jibrim y su marido abrieron las puertas de su casa a Abdulay, un tío lejano (© Anna Surinyach).

En medio del patio hay un saco abierto de cacahuetes y un colchón con funda de leopardo. Nos dicen que es el lugar reservado para que el propietario de la casa descanse, aunque el alboroto constante de los niños debe impedírselo. No hay mucho más espacio. Cosas para compartir: casi ninguna. Una escena común en África: quienes menos tienen, más dan.