EL LABERINTO DE SUDÁN DEL SUR
Capítulo II: Protección

EL LABERINTO DE SUDÁN DEL SUR: Protección

Aquí, en este precario campo de desplazados, malviven hacinadas en medio kilómetro cuadrado casi 50.000 personas que han huido de la violencia. Sí: unos 10 metros cuadrados por persona.

En algunas zonas del campo, solo hay una letrina para cada 50 personas. Y 13,9 litros de agua potable al día por persona, cuando el estándar mínimo es de entre 15 y 20 litros (para beber, cocinar y lavarse).

Sudán del Sur. Es noviembre de 2015, pero podría ser cualquier otro momento de los últimos años. Así se (sobre)vive en este campo de desplazados dentro del recinto de protección para civiles de la ONU en Malakal, en el estado de Alto Nilo.

A principios de 2014, con la guerra civil en Sudán del Sur desbocada, decenas de miles de personas huyeron de Malakal y se refugiaron en el recinto. Era un refugio provisional, tomado casi al asalto. Allí, Médicos Sin Fronteras instaló también un improvisado hospital de campaña con tiendas y plásticos. Llegaron decenas de heridos de guerra. Fue una intervención humanitaria de emergencia, de asistencia médica inmediata.

Pasó el tiempo y Malakal continuó arrasada y controlada por militares, de un bando u otro. Cambió varias veces de manos: Gobierno, oposición, Gobierno, oposición. La población decidió quedarse en el recinto protegido. Hasta que se pueda volver a casa.

¿Por qué se construyó esta prisión al aire libre? El campo, administrado por la ONU, es una representación en miniatura de la ciudad de Malakal, antaño fuente de vida y comercio. Aquí los civiles se sienten protegidos, lejos de los grupos armados, aunque en varios puntos de Sudán del Sur esta protección ha sido ficticia: estos recintos han sido atacados en varias ocasiones. 

Recinto protegido para civiles de la ONU en Malakal, Sudán del Sur. | ANNA SURINYACH

"La situación es terrible. A veces salgo del recinto para recoger leña y ganar algo de dinero. No es seguro quedarse en ningún lugar —dice Veronica Ocham, que vive en una choza con su familia—. Hace poco todo esto estaba inundado. No tenemos comida. Queremos volver a Malakal".

Dentro del campo, los desplazados están separados por etnias para evitar enfrentamientos. Hay zonas especiales. Una es la que aloja contenedores y grandes tiendas que la ONU usaba para almacenaje. Los últimos en llegar se han hacinado aquí. El suelo está cubierto de cristales, basura y plásticos que un remolino de niños, sin escuela a la que acudir, se clavan en los pies desnudos.

Una niña entre los contenedores donde viven parte de los desplazados de Malakal (Sudán del Sur). | ANNA SURINYACH

Lucia Daniel vive en uno de esos contenedores. Sentada en el umbral del rectángulo azul metálico, llora recordando a los familiares que ha perdido en el conflicto: su hijo, asesinado; su hija, desaparecida. 

Lucia Daniel y su familia. | ANNA SURINYACH

"Mi casa está en Malakal, pero los combates me obligaron a venir aquí. Los niños no van al colegio, no hay que comer —dice—. Si la gente vuelve a Malakal porque es segura, volveré. Si no, nos quedaremos aquí".

Lucia tiene cinco hijos. Uno de ellos, de hecho, no lo es: es su nieto. Pero como si lo fuera. Se hace cargo de él porque su hija, la madre del chaval, huyó durante los combates y se subió a un autobús hacia el norte que, según le ha dicho la gente de Malakal, fue acribillado por un grupo de hombres armados. No lo sabe a ciencia cierta, pero cree que su hija está muerta.

Ahora el niño duerme en su pantorrilla, exhausto. Se aferra a su nueva madre.

Ella llora. No sabe qué hacer.