Este hospital —su espíritu, su lucha— existía mucho antes de su construcción.
Este hospital es el heredero de unas tiendas de campaña bajo las cuales, a principios de 2014, se atendió a decenas de heridos de forma casi improvisada. Meses después, MSF levantó un hospital de salud secundaria.
Lo que mata después de la guerra, aquí, no es la guerra ni las heridas: es la malaria, la desnutrición, la tuberculosis, el kala azar. "Los pacientes llegan tarde. Estamos trabajando con la comunidad para que esto deje de pasar. La combinación de malaria, desnutrición y enfermedades crónicas explican la alta mortalidad que tenemos aquí", cuenta Xavier Casero, médico del hospital.
Hay más de 40 camas en este hospital: una gran tienda de campaña aireada, la mitad dedicada a pediatría. Un paseo entre las camas basta para comprobar el enorme sufrimiento de la población. Casi nunca tienen solo una enfermedad. "Epilepsia y malaria", dice un parte colgado en la cama de un joven sursudanés. "Malaria y anemia", dice otro. Bebés con desnutrición y tuberculosis. La lista es inacabable.
Tienen más protagonismo en las noticias los muertos por balas, pero ahora los que mueren por otras causas relacionadas con el conflicto, por las situaciones generadas por la violencia, son muchos, demasiados. Se podrían salvar más vidas. "Aquí muere gente casi todos los días", se lamenta Xavier. ¿El motivo? Entre otros, las deplorables condiciones de vida de las decenas de miles de desplazados que pueblan estos campos administrados por la ONU.
Hacinados, sobreviviendo entre aguas estancadas.
Decenas de miles de personas a la espera de poder volver a casa.
El mundo los ignora.
El sistema internacional de ayuda humanitaria, también.